Adiós a mitad de un párrafo

Foto de Olaya Pazos
En la última carta que me escribiste ya no había sobre ni tinta ni lágrimas que ondularan el papel, no había más que la despedida dura y porosa, sin alma ni peso, como piedra pómez, en la que decías adiós a mitad de un párrafo, como el que deja caer un envoltorio en la acera cuando piensa que nadie lo ve.

La última carta que me escribiste era un e-mail sin asunto ni sentido que leí sentada en la silla de madera bajo el visillo de la tarde, en ese afluente en cuesta de la Gran Vía que tantos días recorrimos juntos buscando un apartamento "coqueto y exterior".

Salí a la calle para leerla porque sentía que me ahogaba entre las paredes de esta casa que es ya solo mía y te imaginé escribiéndola con tus nociones avanzadas de ofimática y tu cigarrillo en la boca, sin necesidad de mirar las letras borradas ya sobre las teclas ni de dar un trago de agua ni de suspirar. Supuse que habrías embalado ya tus libros de escritores rusos y habrías metido todas tus muñecas rusas unas dentro de otras y habrías enrollado aquel horrible póster de San Petersburgo antes Leningrado antes Petrogrado antes qué sé yo.

Y maldije tu frialdad siberiana, esa que de tanto te servía para escribir necrológicas en aquel periódico de mierda que siempre decías que ibas a dejar.

Pero no, no lo dejaste, sigues ahí, tan solo dejaste a la chica rubia, pálida, alta y de ojos azules, que parecía rusa pero no lo era ni nunca lo será y que, por mucho que le joda, imbécil, no te ha conseguido olvidar.


Texto de David Barreiro






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