bike, love, herring

Foto de Olaya Pazos

Vas por la calle pensando en tus cosas, ves a alguien al otro lado de la acera y, por un momento, piensas que es ella, pienso que eres tú. Dura tan solo un instante, un fragmento tan mínimo de tiempo que es imposible nombrar sin adentrarse en el fango de la ciencia, tan lejos del lenguaje común que usábamos para entendernos, aquel inglés elemental compuesto únicamente de presente de indicativo, de palabras sencillas y útiles en aquel verano danés: bike, love, herring.

Te recuerdo así, mirando hacia un lado, saliendo de la maleza, bajo el edredón nórdico de nubes que se zambullían unas dentro de otras como la madre que trata de escapar de la botella de sidra en la que está atrapada. Me acuerdo de tus camisetas, tu manera de andar, tu acento agreste, la risa, el pelo húmedo, el olor a jabón, las gaviotas, pero tu rostro se difumina en mi memoria como aquel manojo de tardes sentados a la orilla del Báltico, juntos en aquella fracción de nuestras vidas que alguien escribió en la pizarra y a los pocos segundos tachó, dejando así marcado con el sello de lo imposible aquel binomio creado en el interior de un paréntesis que, terminado el verano, llegada la noche, resuelta la ecuación, el profesor –el otoño, el tiempo, la vida– borró.

Texto de David Barreiro


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