Huir

Foto: Olaya Pazos
Podía enumerarlas. Podía enunciar una a una todas las razones. Las corbatas que me oprimían el cuello, los trajes de todas las variedades de marrón, los zapatos siempre brillantes. No puedo olvidarme, claro, de las tarjetas perfectamente colocadas en el tarjetero metálico y de las sonrisas, también metálicas, que debía dedicarle a los clientes en cuanto entraban por la puerta. Estaban también las conversaciones repletas de tópicos junto a la máquina del café y, por supuesto, aquellas horribles reuniones que se prolongaban durante horas mientras afuera, en la calle, transcurría la vida. Ya no podía soportar los comentarios sarcásticos de mi jefe ni las paredes desmontables del despacho ni las celdas de Excel, esas rejas en las que pasaba tantas horas encerrado.

Compré aquella casita cerca del mar con un terreno en ligera pendiente en el que plantaría lechugas, tomates y patatas. Así hice durante más de un año con la ayuda de los vecinos del pueblo que me miraban como si fuera un extraterrestre que tratara de comprender los rudimentos de la vida humana. En ese tiempo recibí la visita de algunos amigos que, al verme hundido en el fango de la rutina agrícola –las manos hinchadas, las botas embarradas, la cara morena de los días a la intemperie–, me sacaban fotos con el teléfono móvil para compartirlas con los demás cuando volvieran. 

Yo era feliz, porque había logrado escapar. 

Eso creía. 

Aquella tarde, como todas las tardes, me senté a tomar el café en el banco de piedra que hay junto a mi puerta y observé la casucha de Juan, el vecino. Vi la pared descascarillada, como un viejo mapa, las tejas de pizarra mordidas por el tiempo y me fijé en que el mundo que soñaba, el mundo al que Juan deseaba huir, era aquella ventana que una y otra vez pintaba de azul celeste, ese azul que el cielo nunca tiene por aquí. Junto a la casa estaba Nabucco, su caballo asturcón de rubias crines que, ante la inminente tormenta, ocultaba la cabeza entre los matorrales. 

Supe entonces que cuando huimos nuestros miedos viajan con nosotros. 

Y que a la mañana siguiente, volvería a la ciudad.


2 comentarios:

  1. Me ha encantado, como siempre, tanto el relato como la foto calan hasta los huesos, y no sólo por las nubes que se ven o la anunciada tormenta inminente.

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    1. Muchísimas gracias.
      Por tus palabras y por seguir asistiendo a estos encuentros de proyectorendezvous...

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