Tren al pasado

Fotografía de Olaya Pazos
A través del cristal no veo tan solo la luz de la tarde empotrada en los graneros, la tierra oscura como una mezcla de ceniza y sol o el cielo entreverado de las nubes marrones del ocaso, el color que ha tomado mi vida en los últimos años.

A través de la ventana veo también reflejados los cúmulos que viajan a mi espalda, todo lo que he dejado atrás, los días azules, luminosos, febriles y, ya en la sombra, difuso, borroso, mi rostro, el rostro de un hombre ya no tan joven que regresa en el mismo tren que se fue veinte años atrás, aquel chico que se marchó con una maleta llena de lluvia para escapar del pueblo y la adolescencia creyendo quizás que los males de la vida no los curaba el tiempo sino los kilómetros, que buscó en la ciudad una esperanza que, como la línea del horizonte hacia la que ahora se encamina, nunca dejó de alejarse. 

Vuelve ahora, tanto tiempo después, y atraviesa el mismo campo que lo vio crecer,  ese manto de pana  que no lamentó su ausencia al igual que en la ciudad nadie ha preguntado por aquel hombre en cuya maleta nunca paraba de llover, el viajero de este tren que mira la vida desde una cárcel de cristal y regresa ahora a un rincón del mundo que no es posible olvidar: el pasado. 

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