El secreto

Foto de Olaya Pazos
– Promételo.

Helga nunca aceptaría un no y yo jamás se lo daría. Me miraba fijamente y el sol le iluminaba la cara y los montocitos de pecas apiñadas en las mejillas como constelaciones.

– Lo prometo.

– Será nuestro secreto – dijo ella a continuación, y echó a andar por el sendero dejando atrás la oscuridad del bosque, lo que acabábamos de ver.

Unos días después, cuando llegamos a casa desde la playa, papá esperaba fumando junto al coche. La madre de Helga estaba apoyada sobre la balaustrada del porche con la mirada fija en la pared. En cuanto notó que nos acercábamos, se incorporó y se volvió retirándose las lágrimas de los costados de los ojos.

– Hola cariño – dijo.

Helga me miró y yo agaché la cabeza. No sabía mentir, pero si evadía las preguntas conseguiría ocultar la verdad.

Papá dijo que era tarde, tiró la colilla y la pisó con rabia, como si en lugar de apagarla quisiera que desapareciera.

– ¿Y papá? – preguntó Helga.

Parecía que su madre iba a contestar, pero de su garganta salió un gritito ahogado, quizás un suspiro o un lamento, y la respuesta llegó desde la puerta de la casa. El padre de Helga la cruzó tambaleándose con un vaso en la mano, hablando tan alto que el bosque devolvía sus palabras, como si las rechazara.

– Seguiré siendo tu padre – dijo.

– Henrik, no – le interrumpió mamá, que salió tras él frotándose las palmas de las manos en la falda del vestido.

El padre de Helga se calló al instante, miró a papá y se agachó lentamente hasta quedarse sentado sobre la tierra con las piernas dobladas, ligeramente ladeado.

Helga me miró por última vez antes de que los ojos se le empañaran y echó a correr al interior de la casa.

Papá se metió en el coche, arrancó y esperó con el motor en marcha. Mamá pasó junto al padre de Helga sin mirarlo, me cogió la mano y subimos.

Nunca volvimos a pasar juntos los veranos.

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